
Casas de colores, trattorias italianas y playas vacías: esta es la ciudad que los franceses no quieren que conozcas
A medio camino entre Francia e Italia, Menton es el secreto mejor guardado de la Riviera Francesa. Playas tranquilas, calles de colores y olor a limón hacen de este destino una joya inesperada lejos del bullicio.
A solo cinco minutos de la frontera italiana, Menton ha esquivado el estrellato de la Costa Azul y, por suerte, también sus hordas de turistas. Una pequeña ciudad con alma mediterránea y cierto aire secreto que lo convierte en una joya para quienes buscan lo exquisito sin el ajetreo de Saint-Tropez.
Si la Riviera Francesa fuera un desfile de moda, Menton sería la invitada mejor vestida que nadie reconoce de inmediato, pero que deja huella en cada conversación. No tiene la arrogancia de Cannes, la ostentación de Mónaco ni el postureo de Niza. En su lugar, ofrece una elegancia discreta, casas de colores que parecen haber absorbido todo el sol del Mediterráneo y un ritmo de vida que se siente deliciosamente ajeno a las prisas.
Situado en el punto exacto donde Francia empieza a sonar a italiano, Menton es una rareza en la Costa Azul. Un enclave donde el aroma a limoneros se mezcla con el acento francés y la dolce vita italiana, donde puedes desayunar un croissant impecable y, minutos después, pedir un espresso en un bar con toldos de rayas verdes.
Menton, la ciudad de los limones y los jardines
Menton es famosa por sus limones, pero esto no es solo un dato simpático para meter en una conversación. Aquí el limón es una institución, con su propia fiesta anual, el Festival del Limón que se celebra en febrero con esculturas gigantes hechas de cítricos y hasta un museo. Son más dulces que los italianos y más aromáticos que los españoles, y los encontrarás en todo: mermeladas, licores, salsas y hasta en algunos postres que justifican cualquier exceso.
Más allá de los limones, la ciudad es un pequeño paraíso botánico. Menton presume de algunos de los jardines más bellos de la Riviera, muchos con especies exóticas que florecen gracias a su microclima privilegiado. El Jardín Serre de la Madone, con sus terrazas de inspiración italiana, y el Jardín Val Rahmeh, con su aire de jungla mediterránea, son dos visitas obligadas para quienes aprecian los rincones verdes bien diseñados.

Calles, playas y un paseo con historia
El casco antiguo de Menton es una delicia perderse entre callejuelas estrechas y fachadas color pastel. Aquí todo está en su sitio: persianas de madera desgastadas, ropa tendida de balcón a balcón y pequeños cafés. La subida a la Basílica de San Miguel recompensa con un vistas espectaculares del Mediterráneo, y en días despejados se alcanza a ver la costa italiana.
A diferencia de otras ciudades de la Riviera, donde la playa es más un concepto que un disfrute real, Menton ofrece varios rincones donde merece la pena extender la toalla. La Plage des Sablettes, con su arena fina y agua turquesa, es ideal para un baño tranquilo, mientras que la Plage du Fossan, con su paseo marítimo, tiene el ambiente perfecto para un aperitivo al atardecer.
Hablando de paseos, el Camino de los Aduaneros es una de las mejores maneras de absorber la belleza de la costa sin tener que lidiar con el tráfico. Esta ruta costera serpentea entre acantilados y playas escondidas, ofreciendo vistas que justifican cualquier desvío en el itinerario.

Gastronomía francesa con sabor italiano
La cocina aquí es un reflejo de su ubicación fronteriza, con influencias francesas, italianas y mediterráneas en cada plato. Para una experiencia gastronómica de altura, Mirazur, el restaurante con tres estrellas Michelin de Mauro Colagreco, es una cita ineludible. Su cocina de autor, basada en productos locales y estaciones lunares, lo ha convertido en uno de los mejores restaurantes del mundo.
En el mercado cubierto de la ciudad los puestos rebosan de quesos artesanos, embutidos alpinos y frutas que parecen salidas de un bodegón renacentista. Y si lo que buscas es un buen plato de pasta con el aroma del mar, hay pequeñas trattorias donde la influencia italiana se traduce en pastas frescas con vongole y burratas que hacen que la frontera sea solo un tecnicismo.
Aquí el lujo no es estridente, sino silencioso: no tiene la fama de sus vecinas, y tal vez por eso conserva su encanto intacto. Pero si algo está claro es que quienes lo descubren rara vez quieren compartir el secreto.

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