
Ni Roma ni Florencia, esta es la mejor ciudad para disfrutar de Italia: cultura joven y bares con historia en esta ciudad universitaria
Cultura joven, bares con historia, pasta gloriosa y arte sin multitudes: Bolonia es la ciudad italiana que muchos pasan por alto… hasta que la pisan.
Bolonia no tiene complejo de ciudad secundaria cuando se enfrenta a Florencia o a la ciudad eterna de Roma. Nunca lo ha tenido. Es la ciudad de Lucio Dalla (autor de Caruso), del activismo estudiantil y de los tortellini caseros. Tiene acento propio, pórticos infinitos y una forma muy suya de entender la vida: intensa, crítica, deliciosa. Es roja, rebelde y culta. Roja por sus tejados y por su historia política; rebelde por su espíritu estudiantil, contestatario, casi punk; culta por esa universidad fundada en 1088 que sigue marcando el pulso de la ciudad.
Pero si todo esto te suena a descripción de guía de viaje, espera a probar un tagliatelle al ragù en una osteria de las que no aparecen en Google Maps. Ahí es donde Bolonia deja de explicarse y empieza a saborearse.

Bolonia: cultura viva sin filtros
Bolonia no vive anclada en su legado, aunque podría permitírselo. Tiene iglesias deslumbrantes, torres inclinadas, frescos renacentistas y una historia tan rica como la de cualquier capital italiana. Pero aquí no hay colas eternas ni precios inflados. La cultura se mezcla con lo cotidiano: en el claustro de San Domenico hay conciertos gratuitos; en la Piazza Verdi, debates improvisados entre estudiantes. Y si caminas por la Via Zamboni, lo más probable es que acabes en una manifestación universitaria sin querer.
Uno de los secretos mejor guardados está bajo tierra: los canales ocultos de Bolonia. Sí, como en Venecia, pero sin góndolas ni turistas haciéndose selfies. Puedes ver un tramo desde una ventanita en Via Piella. Allí, entre fachadas anaranjadas y ropa tendida, Bolonia revela una de sus muchas capas secretas.

Los famosos pórticos —casi 40 kilómetros de ellos solo en el centro— no solo te resguardan de la lluvia: son una lección de urbanismo medieval que sigue funcionando. En el de San Luca, que asciende hasta el santuario del mismo nombre, puedes practicar devoción y deporte a partes iguales.

Comer como si supieras lo que haces
Si eres de los que aún cree que la boloñesa es una salsa para espaguetis, tenemos que hablar. En Bolonia, esa combinación sería un crimen. Aquí se sirve con tagliatelle, y se llama ragù. No esperes disculpas por el nivel de exigencia gastronómica: esta es la ciudad que inventó la mortadela, el tortellini y el crescentine frito.
Para desayunar, entra en cualquier pasticceria y pide un cornetto relleno de crema o pistacho. Si es domingo, acompáñalo con una copa de vino blanco seco por muy pronto que te parezca. Al mediodía, lánzate a una trattoria de las que parecen no haber cambiado el menú desde los años 70. Trattoria Da Me o Trattoria Serghei son apuestas seguras, pero si prefieres algo más experimental, ve a Oltre: una joya contemporánea con respeto por lo clásico.
Y luego están las osterie. La Osteria del Sole, abierta desde 1465, no sirve comida, pero puedes llevar la tuya y pedir solo el vino. Es el tipo de lugar que debería estar en los museos, pero sigue vivo, lleno de conversaciones en dialecto y botellas sin etiqueta. Bolonia no necesita modas: tiene historia y vino de sobra.

Noche con historia, mañana con espresso
Cuando cae la noche, Bolonia se transforma. La Piazza Santo Stefano se llena de grupos sentados en el suelo con cervezas artesanas en mano. En la zona de Pratello, los bares abren hasta tarde y la conversación pasa de una mesa a otra sin pedir permiso.
Para un cóctel con estilo, busca locales como Le Stanze, un bar instalado en una antigua capilla del siglo XIX, o Lab 16, si te apetece algo más animado. Pero el verdadero lujo en Bolonia es poder saltar de un sitio a otro caminando, sin mapa, y saber que en cualquiera de ellos vas a encontrar algo auténtico.
Al día siguiente, después del café, date una vuelta por el Quadrilatero, el antiguo mercado medieval reconvertido en zona gourmet. Quesos, embutidos, trufas, pasta fresca… Aquí las cosas importantes —la comida, el arte, la política— siguen discutiéndose en voz alta y en la calle.
Bolonia es cruda, compleja y profundamente humana. Y si logras conectar con su ritmo —más rápido que el de Florencia, menos histriónico que el de Roma—, te darás cuenta de que se trata de la forma más pura de disfrutar Italia.
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