
El precioso pueblo italiano amenazado por la erosión que tienes que visitar antes de que desaparezca
A Civita di Bagnoregio se le conoce como "el pueblo que muere", pero sigue siendo más que un pueblo que se desmorona. Es un testamento a la resistencia, la belleza efímera y la naturaleza humana de aferrarse a lo que amamos, aunque sepamos que no durará para siempre.
La niebla se aferra a la colina como si supiera algo que los turistas aún no comprenden del todo. Civita di Bagnoregio, el pueblo que muere, desafía no solo al paso del tiempo, sino también a la lógica. En cualquier otro lugar, una comunidad condenada a desaparecer bajo el peso de la erosión sería vista con melancolía, pero aquí hay algo casi poético en la lucha constante de Civita contra su propio destino.
Si ya has descubierto Roma, debes saber que al norte, encaramado sobre una meseta de toba volcánica se encuentra Civita, en el corazón de la región de Lazio, con el Lago Bolsena al este. Su ubicación no es un accidente: es parte de lo que lo está matando. Rodeado de barrancos que se desmoronan, el paisaje que lo rodea es tan imponente como traicionero.
Este pequeño pueblo italiano, fundado por los etruscos hace más de 2.500 años, no está solo muriendo: se está desmoronando lentamente. Las mismas rocas que alguna vez sirvieron de cimiento seguro están siendo erosionadas por el viento y la lluvia, y cada año, parte de Civita se precipita al valle circundante.
La erosión es implacable, y por eso Civita ha perdido la conexión directa con el resto del mundo: para llegar, los visitantes deben cruzar un largo y angosto puente peatonal que parece flotar sobre un mar de colinas y barrancos. Este aislamiento ha sido tanto su bendición como su maldición, manteniéndolo a salvo de las multitudes, pero también contribuyendo a su inevitable decadencia.
Un paseo por el pasado y el futuro de Civita
Aquí no hay grandes monumentos, no los necesita. En lugar de ellos, hay un aire de fragilidad, una sensación de que todo lo que ves puede desaparecer en cuestión de años. Esta vulnerabilidad le añade un atractivo especial, porque Civita no está interesado en ser un museo viviente: es un lugar vivo, que respira con cada paso que dan sus visitantes. Sus menos de veinte residentes permanentes han aprendido a coexistir con la afluencia de turistas que, año tras año, acuden para ver un pueblo que, irónicamente, ya no está.
Sin embargo, lo que más sorprende de Civita no es su decadencia visible, sino su capacidad de renovarse en medio de su propia desaparición. Es un fenómeno curioso: mientras el pueblo muere físicamente, su fama crece. Las campañas de conservación luchan contra la erosión y los visitantes, atraídos por la narrativa de lo efímero, siguen llegando en busca de un testimonio de esa lucha. De algún modo, Civita ha hecho de su condición su mayor fortaleza. No es tanto un lugar para ser explorado como un concepto sobre el que reflexionar.

Civita, el mejor lugar para la desconexión
No hay coches en Civita. No hay semáforos, ni tiendas ruidosas como cuando pasas 24 horas en Nápoles. Este no es el típico destino turístico italiano de masas. Aquí, los ritmos son otros, dictados por la naturaleza y las pocas decenas de personas que se atreven a llamarlo hogar.
Las multitudes que llegan por la mañana se disipan por la tarde, y entonces el verdadero encanto de Civita sale a la luz. Las sombras comienzan a alargarse y las luces doradas del atardecer bañan sus paredes de piedra. Si tienes suerte, podrías disfrutar de la visión del valle teñido de rosa mientras las campanas de la iglesia repican en la distancia.

Un futuro incierto
Los expertos aseguran que la erosión que amenaza a Civita es irreversible. Aunque los esfuerzos por preservarlo han aumentado en las últimas décadas, el destino final del pueblo que muere parece sellado.
Su ubicación geográfica es una trampa perfecta: aunque las vistas desde la cima de su meseta son espectaculares, el mismo terreno que lo hace tan fotogénico es el que lo está destruyendo. Visitar Civita no es solo una excursión pintoresca por el campo italiano; es también un recordatorio de la fugacidad de todo lo que creamos y valoramos. En esa fragilidad, encontrarás una extraña y poderosa forma de belleza.
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